« Al mal tiempo buena cara »
¿Quién podría pensar que desde hace más de dos siglos esta célebre frase ha acompañado al hombre? Desde entonces se ha extendido como pólvora a lo largo de los años a través de la sabiduría popular. Se dice que este refrán debe su origen al 6° presidente y padre de Estados Unidos Benjamín Franklin. ¿Sería muy crédulo apostar a que podría tener razón? Si bien los avances de la neurociencia hoy por hoy, han revelado que una buena actitud -sonreír, ser optimista, mantener esperanzas…- surte un efecto positivo en el cerebro ya que se activan procesos biológicos asociados al bienestar y tiene gran impacto en lo que nos pasa. Si la actitud es positiva, independientemente de las circunstancias, esta influye directamente en nuestro estado de ánimo; asimismo, nutre nuestros genes, nos prepara de manera resiliente para enfrentar y gestionar lo que se nos venga encima. Eso quiere decir que el hacer “buena cara” a pesar de que no lo amerite tanto nos permitirá adaptarnos a las circunstancias y no morir en el intento, no obstante, eligiendo sabiamente nuestras batallas sin caer con la misma piedra más de una vez.
Ejercitar un buen hábito como lo es tener un comportamiento esperanzador, dinámico y positivo puede hacer de nosotros un gran campeón de la actitud ya que hemos desarrollado un aliado. Como consecuencia, la voz interior no nos estará sometiendo al constante negativismo, sino que influirá de manera permanente y adecuada en la toma de decisiones más asertivas y ¿por qué no?, más adaptativas.
“Al mal tiempo buena cara” es una invitación a que a través de nuestra cotidianidad nos permitamos reconocer de qué estamos hechos; a navegar a través de la incertidumbre, confiando en nosotros mismos, creyendo en que en medio de la niebla y del caos puede aun así surgir una nueva creación: la creación del nuevo yo, un yo un poco mal trecho, pero más sabio, en el que la capacidad de trascender logre ser infinita. De esa manera, adueñarse de la propia vida y de la responsabilidad que esto conlleva, fortaleciendo el carácter, potenciando la emoción positiva y los sentimientos de bienestar, de optimismo, de esperanza y de fe, de modo que el sentido de la vida se materialice no solo en la felicidad, sino en el recorrido realizado a lo largo de ella. “El hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser —dentro de los límites de sus facultades y de su entorno— lo tiene que hacer por sí mismo” decía Víctor Frankl.
Aquello constituye una visión contraria a la que hemos estado acostumbrados, a que el placer solo se obtiene del continuo disfrute y del bienestar y se nos olvida de tanto en tanto que nuestra capacidad de gestionar los malos momentos es la que nos reviste de quién podremos llegar a ser: de ese “hombre nuevo” que debe surgir de las cenizas cada vez que el fuego nos ataque o cuando quedamos calcinados.
¡Tus pensamientos y tú son grandes aliados o acérrimos enemigos… tú decides!
» Claudia Liliana Ramírez / Psicóloga CLARAMENTE